¿Y
usted cómo se llama? Edgar, Edgar Allan Poe. Un breve silencio. El bar contuvo
voces y respiraciones. Nadie volteó a vernos, pero creí que nos oían. Una risa
nerviosa. Claro, no soy ése Edgar
Allan Poe, sólo me llamo así. No escribo. No me gusta. Y nunca he querido leer
los cuentos de aquél Edgar Allan Poe.
Y este nombrecito es mi mayor desgracia, créame. Siempre es la misma plática.
-Pero usted no es drogadicto –dije intentando una especie
de broma. Quiero decir, usted no consume opio o algún/
-De hecho, sí –me interrumpió el homónimo. Y esa es mi
segunda gran desgracia. Un día es coca, otro, metanfetamina. Vivo un delirio
permanente, rodeado de mis alucinaciones. En este momento, por ejemplo, no sé
si usted es real o ficticio.
Su confesión me sorprendió. No supe si su prestigioso
nombre era parte de sus delirios. Sólo faltaba que estuviera casado…
-…con mi prima –afirmó. Sí, ella era muy joven cuando la
rapté, ante la oposición de su familia.
¿En serio? ¿Era algún tipo de broma? Preferí seguirle la
corriente.
-Seguramente estaba muy enamorado de ella. ¿Qué tiempo tienen
de casados?
Su mirada se cargó de recuerdos dolorosos.
-Ella murió. Y le confieso que fue mi culpa, porque nunca
logré darle ni siquiera lo indispensable para vivir. La tuberculosis me la
arrebató tan joven…
Ya no quise seguir
con esa farsa.
-Bueno, ahora sólo falta que su mascota sea un cuervo,
¿verdad?
-¿Un cuervo? ¿Y para qué querría uno?
La extrañeza del sujeto podía ser real.
-Yo tengo un gato negro -afirmó con una sonrisa triste.
Ya no podía disimular mi disgusto. Traté de contenerme,
pero me era difícil.
-Mire, señor como se llame: creo que debe buscar a otro
para burlarse de él en su cara. Ya me harté de sus/
-Disculpe –volvió a interrumpirme -sé que en este punto de
la plática mis interlocutores reaccionan violentamente. Supongo que tiene que ver
con el otro Poe. Créame que no he querido burlarme. Cierto que a veces dudo, a
veces siento mi vida como una larga pesadilla. ¿Existió realmente mi prima
Virginia? ¿Imaginé su amor, su agonía? Mi vida se desliza como un barco entre
la niebla, a la deriva, intentando distinguir los hechos reales de los
imaginarios.
Parecía sincero, pero su historia era del todo inverosímil.
El mesero llegó con un par de copas de vino. Parecía una oferta de paz. Decidí
aceptarla.
-Pues lamento mi reacción, pero usted debe entender: tantas
coincidencias se hacen intolerables.
-Quisiera que fuera de otra forma. Pero créame: le he
contado la verdad, penosa y simple.
-Aun así, me cuesta trabajo creerle. Le ofrezco una sincera
disculpa.
-Aceptada, señor…
-Shakespeare, William Shakespeare,
para servirle.
La pena del señor Poe se transformó, súbitamente, en ira. Me arrojó la copa de amontillado a la cara y se
retiró del restaurante con paso vacilante.
Drogadicto, sí. Un caso perdido.
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