domingo, 2 de septiembre de 2018

Un mundo sin héroes


Como sepulturero, he visto muchas cosas entrar y salir de la tierra y no me asusto fácilmente; después de los primeros cien cadáveres, de cien formas diferentes de descomposición, hay poco que pueda asustar.
Sin embargo, el verlo salir de su tumba me perturbó profundamente. No, no fue miedo. Fue una sorpresa del tamaño de la misma muerte. Apenas pude reconocer al anciano cadavérico.
-¡Don Fidel!
Me miró estúpidamente, como si hubiese descubierto un imposible anonimato o despertara de una profunda amnesia y al fin recordara quién era o quién había sido.
-¿Es usted un obrero? –me interrogó.
-De alguna forma...
-Si usted es obrero, yo lo represento y hasta puedo opinar por usted. Soy su líder, soy...
-Sé quién es; pero dudo mucho que sea líder de alguien.
-¿Es usted de la oposición? –preguntó contrariado.
-La oposición ya no existe. O para ser más precisos, lo que antes era la oposición hoy es el gobierno. Y usted ya no es líder de nadie, porque está muerto desde hace muchos años.
-¿Muerto? ¿Cómo? ¿De qué forma?
-Hay un refrán que dice: "Dios perdona, pero el tiempo no". Dicho de otra forma, usted murió de viejo.
-¡Absurdo! ¡Yo no puedo morir! ¿Que será del sindicato, de los obreros, sin mi ayuda?
-Poca ayuda representaba ya, don Fidel. De cualquier manera, la mayoría de sus agremiados habrán muerto también.
-Por eso no ha venido nadie a recibirme. Muerto y olvidado: qué triste fin.
-Olvidado no. En torno a su persona se organizó una iconografía y un mito. Extraña suerte en un mundo sin héroes.
Don Fidel pareció angustiarse. Si dentro de la muerte se puede envejecer, él lo hizo en un minuto. Tenía muchos años más de muerto.
-No lo entiendo; si no vine a dirigir obreros o a destapar presidentes... ¿qué hago aquí?
-Pues eso sí no lo sé. ¿Usted a qué cree que salió?
Don Fidel buscó la respuesta dentro de sí mismo, sin hallarla. Pareció petrificarse, convertirse en una estatua de sí mismo. Luego, la corteza de su cuerpo se quebró, como la de un árbol añejo. Su masa monolítica cayó en costras, convertida en gravilla y aun las pequeñas piedras de lo que había sido su cuerpo, se granularon, se hicieron humus. Cuando un débil viento lo dispersó no quedó en el sitio ni un puñado de polvo que memorara su existencia.

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