Como
sepulturero, he visto muchas cosas entrar y salir de la tierra y no me asusto
fácilmente; después de los primeros cien cadáveres, de cien formas diferentes
de descomposición, hay poco que pueda asustar.
Sin embargo, el verlo salir de su tumba me
perturbó profundamente. No, no fue miedo. Fue una sorpresa del tamaño de la
misma muerte. Apenas pude reconocer al anciano cadavérico.
-¡Don Fidel!
Me miró estúpidamente, como si hubiese
descubierto un imposible anonimato o despertara de una profunda amnesia y al
fin recordara quién era o quién había sido.
-¿Es usted un obrero? –me interrogó.
-De alguna forma...
-Si usted es obrero, yo lo represento y
hasta puedo opinar por usted. Soy su líder, soy...
-Sé quién es; pero dudo mucho que sea
líder de alguien.
-¿Es usted de la oposición? –preguntó
contrariado.
-La oposición ya no existe. O para ser más
precisos, lo que antes era la oposición hoy es el gobierno. Y usted ya no es
líder de nadie, porque está muerto desde hace muchos años.
-¿Muerto? ¿Cómo? ¿De qué forma?
-Hay un refrán que dice: "Dios
perdona, pero el tiempo no". Dicho de otra forma, usted murió de viejo.
-¡Absurdo! ¡Yo no puedo morir! ¿Que será
del sindicato, de los obreros, sin mi ayuda?
-Poca ayuda representaba ya, don Fidel. De
cualquier manera, la mayoría de sus agremiados habrán muerto también.
-Por eso no ha venido nadie a recibirme.
Muerto y olvidado: qué triste fin.
-Olvidado no. En torno a su persona se
organizó una iconografía y un mito. Extraña suerte en un mundo sin héroes.
Don Fidel pareció angustiarse. Si dentro
de la muerte se puede envejecer, él lo hizo en un minuto. Tenía muchos años más
de muerto.
-No lo entiendo; si no vine a dirigir
obreros o a destapar presidentes... ¿qué hago aquí?
-Pues eso sí no lo sé. ¿Usted a qué cree
que salió?
Don
Fidel buscó la respuesta dentro de sí mismo, sin hallarla. Pareció
petrificarse, convertirse en una estatua de sí mismo. Luego, la corteza de su
cuerpo se quebró, como la de un árbol añejo. Su masa monolítica cayó en
costras, convertida en gravilla y aun las pequeñas piedras de lo que había sido
su cuerpo, se granularon, se hicieron humus. Cuando un débil viento lo dispersó
no quedó en el sitio ni un puñado de polvo que memorara su existencia.
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